No recuerdo el día que te empezó a costar andar, tampoco el día que empezaste a dejar de hacerlo. Cómo no recuerdo el día que hablar también empezó a ser complicado ni en el que te empezaste a sentir desorienta-do. Y mierda, ni si quiera recuerdo el día en que el peso de las sabanas comenzó a hacerte daño. Pero sabes lo que sí recuerdo? Recuerdo quien me enseñó a hacerlo a mí. A andar, a hablar, a saber donde estoy, y a ser lo bastante fuerte para que el peso de nadie pueda hacerme daño.
Paz para hombres libres.
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